Non sabía eu da importancia que tiñan as festas de S. Pedro que se facían antigamente cada 29 de Abril na nosa vila. Quizás sexa pola miña idade, xa que dende que teño uso de razón, só vin nesas datas as Feiras do Viño.
A festividade celebrábase na igrexa de San Domingos, e o ambiente en Ribadavia debía de ser espectacular. Parece ser que viña xente de moi lonxe para pasar por debaixo do santo, para que este lles curara dos seus males, en especial das depresións, das epilepsias, dos meigallos, e dos endiañamentos.
A vila desbordaba de xente e de telderetes, nos que os vistantes mercaban figuriñas feitas de resina, e rescritos, como o que aparece na foto gracias a amabilidade de Lolín Lira. Parece ser que estos documentos foran promovidos antigamente pola Igrexa, a modo de concesión de gracias a los fieles, pero como a cousa foiselles das mans, e o mercado encheuse de burdas falsificacións comerciais, trataron de desterralas. Como proba, podedes ver como este, está escrito nun latín macarronico, e non contén ningunha bendición nin nada oficial que se poida asociar coa Igrexa.
No ano 1888 o semanario humorístico de Ourense O tío Marcos da Portela publicou un longo poema no que debuxa o ambiente ribadaviense nese día:
"Era a vila do Ribeiro /unha feira de meigallos, / un formigueiro de xente,/ o demo e a nai de escándalo; /había en cada corruncho /cuasque un bosque de ramallos, / un mundo de incenso e mirra, /de rescritos un ouceano, / e de figas, xa non se diga, /había para encher un carro; / e todos mercaban nelas /pra escorrentar os meigallos, /pra se librar do mal de ollo, /pra esparxer o tangaraño /e pra que o ramo cativo/ non lles medrase no cacho..."
Outra proba do que sucedía nesta festa, nolo conta o antropólogo Carmelo Lisón Tolosana no seu libro
"La España mental: El problema del mal. Demonios y exorcismos en Galicia" editado por Akal. No que se describe o que pasaba dentro da igrexa de S. Domingos ese día, tal como transcribo a continuación:
"La misa y la procesión revistieron un carácter marcadamente rural; apenas tomaron parte los ribadavienses; sólo mujeres de aldeas se disputaron tercamente el privilegio de llevar las andas del santo en la procesión. En la iglesia y desde muy temprano las mujeres se apiñan y se enzarzan junto a la imagen del santo tratando de pasar por debajo de la peana, que sostiene una mesa, nueve veces en forma de cruz al mismo tiempo que —los que lo saben— dicen: «Válame san Pedro y me saque o demo do corpo». Tocan los pies del santo o su fimbria con la mano o pañuelos para acumular bendición. Una mujer le dice a otra, de aspecto normal, tratando de convencerla en su indecisión: «Pasa que che é bo». Como varias quieren pasar a la vez el griterío y los empujones crecen. El sacristán trata, dando gritos, de poner un poco de orden, pero no lo consigue; el coadjutor pasea nervioso por la sacristía y saliendo les invita a que «dejen eso», pero nadie le oye.
Una mujer en sus treinta años comienza a contorsionarse y «berrar»; otras intentan pasarla por debajo del santo pero no lo consiguen; la sientan para calmarla, le dicen suavemente cosas y después la pasan, amansada, las nueve rituales veces. Sentada en un banco vuelve a bramar, pero sólo mueve la cabeza, no hace ademanes ni articula palabras inteligibles. Un hombre de unos treinta y siete años, bien vestido, comienza a berrear con mucha más potencia que la mujer; la gente se arremolina a su alrededor y se sube a los bancos próximos para apreciar mejor el espectáculo; gesticula, mira al vacío y se deja conducir por su acompañante, más joven, que logra acercarlo a la peana de San Pedro y pasar por debajo. Después no sabe qué hacer con él y lo deja arrodillado en el presbiterio; el enfermo se agarra a la verja, chilla balanceándose hacia atrás y hacia adelante y se contorsiona extrañamente.
Una mujer se aproxima al aturdido acompañante para decirle que no espere, que lo pase ocho veces más por debajo del santo para que cure. Lo conduce nuevamente a la fila de los que esperan y cuando llega junto a la imagen levanta la mano como si fuera a pegarle pero no llega a tocarlo. A sus gritos responden los de la mujer que también se resiste a pasar. El sacristán reniega una vez más por el bullicio, pero su voz es ahogada por el extraño dúo de los espíritus; llega el párroco, da palmadas intentando hacerse escuchar y vocea que ese comportamiento es impropio del templo, pero una mujer se le acerca humilde y poniendo las manos juntas le dice suplicante: «Déixenos, señor cura, por favor». El coadjutor comienza una misa y la gente se aproxima al altar para oírla con respeto.
«Empecé a ayudar a misa a los nueve años y desde los catorce soy sacristán (...); tengo setenta y cuatro (...). Yo y otro sacristán les decimos las palabras que tienen que decir y cómo tienen que pasar (...). Siempre hay algún cabezudo que al quererlo pasar por debajo no quiere pasar y yo y los familiares les ayudamos a pasar (...). Le llaman cosas horribles al santo, póñenle los cuernos y dicen: "¡Cabrón, bótame fora o que teño no corpo (...). Son más mujeres que hombres. Una moza de Vigo era imposible dominarla; la prendimos de manos y piernas contra un banco y éramos cuatro. La metimos por debajo del santo. Después yo fui a la pila bautismal y le di un trago de cosa buena, de las fuentes de acristianar; vino a bien y le fue pasando. La metí en la sacristía y le puse una estola (...). Al año siguiente vino y me dijo: "Ahora viene usted a comer commigo" (...). Muchas tienen echado como una nuez llena de borra (...) (el meigallo), esto fuera de la iglesia (...). A veces se desmayan porque traen o demo no corpo; muchas echan espuma por la boca; al recobrar el conocimiento unas se encuentran mejor y otras no. No se acuerdan de lo que les hemos hecho (...). Muchas vienen como si fueran mazadas a palos, agarradas entre familiares (...). Después de las ceremonias se quedan como borrachas, como muertas, molidas por no echar para afuera el bocado malo (el demonio puede entrar al comer algo) que tienen. Si echan ese bocado quedan útiles; si lo echan quedan un poco estroncadas, pero después vuelven en sí.»
Experiencias del sacristán; diapositivas que van configurando la trama cultural subyacente".
Non me extraña nada o costume que tiñan os rapaces e rapazas da vila o sairen ese día da súas casas. Tapaban a boca coas mans, e ó que falaba lle dicían: "Pecha a boca, que che entra a merda do demo".